La capacidad sensorial de los gatos es extraordinaria y aunque sus sentidos más desarrollados son la vista y el oído, también poseen un olfato envidiable que les resulta de máxima utilidad en múltiples actividades de su vida cotidiana.
En su morro y nariz millones de minúsculas terminaciones nerviosas y células olfativas llevan al gato información sobre su entorno. Huelen escrupulosamente la comida antes de probarla y la rechazan si está en mal estado o no les gusta. Por el olor, también examinan o toda persona o animal que se les acerca y por supuesto captan aromas imperceptibles para los humanos como pueden ser las feromonas o las sustancias químicas de la orina.
Su sentido del olfato supera al nuestro con creces, aunque es cierto que su capacidad para captar e identificar los distintos olores es bastante inferior a la del perro.
Al igual que otros mamíferos, el gato no solo huele sino que “saborea” los olores. Esta particularidad se debe a que cuenta con el órgano vomeronasal, conocido también como órgano Jacobson. Se sitúa entre el extremo final de las fosas nasales y la boca, en el paladar, y actúa como una especie de receptor que sirve de nexo de unión entre los sentidos del olfato y del gusto. Gracias a él, el gato no solo inspira un aroma sino que lo transforma en un determinado sabor. Si ves que tu mascota, levanta la cabeza olisqueando con especial interés algo que parece llegarle de alguna parte y de repente hace una curiosa mueca, levantado el labio superior… el órgano Jacobson ha entrado en funcionamiento.
En resumen, los gatos sí tienen muy buen olfato y su fina nariz les permite captar olores tan sutiles como los que desprenden las feromonas de una hembra en celo.
